martes, 6 de abril de 2021

Miedo de mí.

 

No era la primera vez que la radio parecía encenderse sola en aquella habitación de arriba. Llevaba viviendo en esa vieja casona unos 3 meses, era una pensión con muchas habitaciones, y por casualidad me fijé que siempre sucedía lo mismo, siempre estando solo, sin testigos: El frío descendía con fuerza, no un frío de clima sino peor, era algo que penetraba con temor, era algo que te disparaba los sentidos de supervivencia a lo desconocido. Instintivamente te hacía salir de allí. La iluminación parecía bajar de intensidad, vacilando en varios parpadeos.

A pesar del mal sentimiento, producto del ambiente y de las habladurías de la gente, me cubrió la curiosidad. Decidí averiguar quien, o qué, se hallaba detrás de esta misma escena cuando nadie, más que yo, estaba en aquella casa. Así que lentamente subí la escalera de madera, crujiendo a cada paso que daba. Intentando no hacer ruido para no espantar al supuesto intruso. A lo lejos oía el transmisor, no era música, era locución lo que pude captar. Cada paso era estar más cerca de mi meta, pero a la vez era más rápido mi ritmo cardiaco. 

 



Un escalofrío me abrazó cuando, a mitad de camino, el perro ladró desde el patio, quizás alertándome de algo. No lo pude ver desde la ventana, sucia y opaca, al lado de la escalera. Pero mis temores se hicieron presentes al escucharse una respiración agitada proveniente de esa habitación, la única que estaba entreabierta en ese pasillo entre sombras, entre habitaciones. Era curioso que estuviese tan oscuro en plena tarde de Otoño.




Al pisar la segunda planta aquella respiración pasó a ser un susurro inaudible, como una agonía. Quizás era el ambiente o miedo, a lo mejor era producto de las habladurías de algunos vecinos en el bar, pero me sentí observado, atacado por una mirada inexistente o, al menos, que no veía.

Ya estaba arriba. A solo unos metros, a mi derecha, esa habitación. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Por qué no abandonaba esa casona y salía a la calle? A su vez era como si me atrajese algo a esa recámara. Fue lo mismo que me hizo detener atándome las piernas inmovilizándome: Arañazos en la pared. Proveniente del mismo sitio donde estaba la radio y esa horrible respiración.



Nunca había estado en las plantas superiores, pues mi lugar estaba abajo, allí había alquilado mi habitación. La casera, esa vieja mujer, tenía su lugar en la pieza más grande de la casa, lugar que parecía ser ese mismo a donde yo me dirigía lleno de miedo y curiosidad. Mejor dicho, algo me conducía a esa habitación.

Avancé sigilosamente, detrás de la pared, que daba al lugar a donde iba, escuchaba los arañazos, metros adelante estaba la puerta entre abierta. Extendí, con temor, mi mano para abrirla y poco a poco, la empujé para ver quien se encontraba a la vez que Rocky, el perro, aullaba desaforadamente. Adentro, a la izquierda de esa sala, vi la cama amplia de la señora con sus mesitas de noche a lado y lado de esta. Una puerta al lado del regazo. La ventana grande era el amplio balcón que daba a la calle.

                                                                              

A los pies de la cama el tocador sobre la cual estaba una vieja radio desconectada, pero aun asi, emitiendo una voz, emitiendo unos extraños rezos. Temblado di un paso adentro. A mi izquierda la figura más escalofriante que había visto en vida: Un sofá sobre el cual alguien arrodillado. Aruñando la pared pelada de tanto rascarla, un hombre extremadamente delgado vistiendo un pantalón vaquero, torso desnudo, cabello largo y negro. Sus manos huesudas parecían las garras de un ave. Y su rostro de semblante pálido y sonrisa demente, con los ojos blancos me miraba. Me esperaba. Era yo mismo. No pude gritar. Me controlaba. Su voz desgarrada, casi animalesca, infernal, me preguntó: ¿Crees en Dios? ¿A qué le temes?


https://www.youtube.com/watch?v=5JxPnpOGInE&ab_channel=neotecne


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