jueves, 12 de abril de 2018

Mi amigo el Narco.



En los años 80´s era muy normal tener algún conocido o amigo que tuviera alguien metido en el cartel de Cali o que fuera narco simplemente. En muchos casos uno mismo tenía alguien cercano, consiente o inconsientemente, que estuviese metido en ese campo, ya sea amigo, vecino, familiar o conocido.
Yo vivía en Palmira y para ese momento era estudiante del bachiller, dependía de mis papás y estaba en la adolescencia. No recuerdo en qué momento empezó todo, pero si me di cuenta de aquel riquito, como le decían, que empezó a ir en su carrazo; una camioneta grande polarizada. Este muchacho de una edad mayor a la mía por 3 o 4 años solía ir con los grandes del barrio, con los que estudiaban en el Cárdenas, el Rafo y colegios públicos donde era normal ver a estudiantes de la calle viviendo en un ambiente de clase media y en donde ellos tenían harta experiencia en la vida de la calle. Un ambiente que no era el mío por ser yo hogareño, en cierta forma y por la educación de mis papás.
Con el tiempo oí, de los amigos del barrio, que el riquito siempre los invitaba a salir; a un balneario, a beber, a cine, a comer, a dar una vuelta a Cali y así, siempre gastando. De ahí a que cuando él llegara al barrio fuera bien recibido por un grupo grande de supuestos amigos que solo esperaban una de esas salidas costosas a cargo del riquito.

Era un tipo que ya había terminado estudios escolares. Me llevaba 3 o 4 años de edad. Era bastante pinta, atractivo para las mujeres, era educado lo cual me sorprendía que estuviera como amigo de los más gamines del barrio, de los menos hijos de mami o papi, caseros que pedían permiso para salir y no como ellos que salían cuando les daba la gana. Su ropa era de marca, eso envidiaban los que le rodeaban. Decía que compraba solo en almacenes finos como Hommo y Chiro´s de Cali y hasta en Nueva York. Sus zapatos se veían nuevos. Zapatos Nike, Apache o sencillos, pero de clase. Ese muchacho llamaba la atención con su presencia y es que brillaba entre ese combo.
Así transcurrió un tiempo y ya era conocido en el barrio, pero poco a poco esas salidas empezaron a dejar de ser. Hablaba con todos, saludaba a todos, era un joven educado, parecía de buena familia. Solía ir a la panadería del barrio, ahí frente al parqueadero donde yo solía ir a comer pan con Colombiana; la panadería del gordo Héctor. Nos saludábamos, intercambiábamos algunas palabras. Eramos conocidos, él me conocía y me llamaba por mi nombre y yo por el de él, aunque se le conocía como el riquito. Ya, para ese entonces, él iba en moto; una Yamaha XT 500, una hermosura de moto con la que yo soñaba.

Cierta tarde de un Sábado estaba sentados frente a la panadería con dos conocidos que vivían en los barrios de al lado; Fátima y el Triunfo. Estábamos ahí mientras jugaban futbol en el parqueadero, cuando el riquito nos dice:
-          - Está bueno este día pa ir a pisciniar, ¿Si o no? –
-         -  Paga ese parche ir a Aguaclara – Le contesta uno de los que estaba a mi lado.
-          ¿Te animás, viejo Jason? – Me pregunta.
Esa salida estaba genial, pero mi problema siempre fue el dinero, no creo que me dejaran ir, ni que me dieran dinero para ello.
-          - No tengo plata, creo que ando con 100 pesos – Le dije.
Aunque hoy día 100 pesos no es nada ni se compra nada de nada, en aquel entonces creo que alcanzaba para ir y venir, más no para entrar y comer algo, pero 30 minutos después nos fuimos a Aguaclara en bus. Estaba a unos 3 kilómetros del barrio. Nadamos y jodimos hasta las 6:00 pm. ¡Qué bien la pasamos! Y que buena la picada que nos pidió el riquito.
Cuando me di cuenta éramos un grupo de 5 los que salíamos cada fin de semana y en vacaciones era constantemente. Había ya pasado mucho tiempo desde que lo vi saliendo con el anterior grupito del barrio el cual dejó casi a un lado. Habrían transcurrido un año o más desde aquel tiempo.

Una vez nos comentó de la inauguración de un asadero cerca al aeropuerto que estaba para pronto y que sería chévere ir. Alguien mencionó que ese sitio era caro por ser de los Rodríguez Orejuela del cartel de Cali, pero no lo creí. Nos invitó, pero por cosas de la vida no pude ir al igual que los demás. Pasada una semana de esa inauguración nos invitó a este asadero a conocer este sitio y de paso ver un partido que había ahí.
Al llegar, el sitio impactaba, era agradable a la vista y en el parqueadero se veían carros de lujo, algunos con vidrios polarizados. En la cancha de fútbol se veía gente de dinero y vi alguno armado. Las mujeres que había eran una cosa del otro mundo. Unos cuerpotes, unas tetas, unos culos, unas caras hermosas de ellas y ellos feos, algunos con cara de pocos amigos que intimidaba verlos, no fuera que se molestaran y nos metiéramos en problemas serios. No sé cómo sucedió, la cosa es que terminamos jugando un partido. Yo de arquero. Ni recuerdo si ganamos o perdimos.
Esa mañana debió jugarse 3 partidos o 4. Uno de ellos, el último, el más esperado. Los otros dos eran de media hora como en el que estuve. Era un ambiente de millonarios, de lujo y derroche. Recuerdo que mi amigo nos comentó antes de empezar el partido
-          - Muchachos, hacen falta jugadores, ¿Quieren jugar? –
-          - Listo- le dijimos.
-          - Necesitamos un arquero-
       - Tapo yo - me ofrecí.
Y nos cambiamos al uniforme. Estaba preparado para entrar a la cancha cuando veo al árbitro, en medio de los jueces de línea, sacar un arma automática y dar dos tiros al aire. Acto seguido me mira y yo me tiro al suelo boca abajo. Pasaron 10 segundos y no pasaba nada. No oí más disparos y yo seguía vivo. Alguien reía a carcajadas a lo lejos. Yo estaba asustado, no sé qué pasaba, pero ese tipo tenía un arma, creo que discutía con los jueces de línea.  Levanto un poco la cabeza y todo marchaba como si nada hubiese pasado. El riquito me miraba riendo. Al fondo había un gordo de gafas carcajeando mientras me miraba.
-         -  Fresco, guevón, que ese es el pito- Intentó calmarme.
¿Pito? ¿De qué hablaba? Miro a los árbitros y había uno sentado en el suelo agarrándose el estómago de la risa. Me costó entender que en vez de pito usaban una pistola.
Jugamos media hora. Creo recordar tapar un penalti. Empezamos a eso de las 10:00 de la mañana. Al terminar los otros partidos noté que apostaban entre ellos. Ya cambiados de ropa esperamos a un lado del parqueadero. Los ricachones empezaban a salir y algunos venían a mí y con palmadita de hombro me decían cosas como
-Bien, pelao-
- Vacano, guevón, me hiciste ganar buen billete-
- Bien, mijo, así se tapa-
  En esas estábamos cuando uno de nosotros, de los cinco del grupo, dice asombrado
-          ¿Esos que vienen allá no son los Rodríguez Orejuela? – Pregunta.
Y mirando al grupo que vienen pregunta uno - ¿Y esos quiénes son? –
-          Pues los del cartel de Cali – Le contestan.
Mi amigo el riquito alegre al reconocer a alguien entre el grupo que salía de la cancha dice
-        -  Si, ese es el patrón, Don Gilberto y Miguel. Espere se los presento –
-      - No, dejalos, no los molestés. - Casi le dije suplicando. No quería que lo molestara. Ni que fueran amigos.
Pero empezó a llamarlo a voces levantando la mano.
-         -  Don Gilberto, Don Gilberto – lo llamaba y yo cagado del miedo. No quería que lo molestara. Nos iban a matar solo por molestarlo.
Yo me le ponía al frente para que se calmara y no lo llamara
-          - No, no hagás eso, déjalo, marica- Casi llorando le decía-
Pero él seguía. Así que intenté ponerme detrás de él y hacerme el bobo para escapar. Al verle las caras a ellos veo a dos tipos mal encarados con cara de no tener amigos. Parecían ir escoltados por varios matones a sus lados. En esas el gordito de chivera mira a mi amigo que lo llamaba. Le lanza una mirada de odio. Me temblaba todo el cuerpo. Aún si quisiese correr no lograría ni caminar. Y creo que fue cuando lo reconoció que su gesto cambió a uno más amable. Acto seguido se dirigió hacia donde estábamos. Se estrecharon la mano y nos saluda a nosotros. Yo atrás de todos casi escondido fui sacado a la luz por el gordito de chivera; Gilberto quien tras el apretón de manos me dice
-          - Buena esa pelao, me hizo ganar dinerito –
Y nos presentamos todos. Ese tipo que no conocía a mi amigo le hablaba muy familiar, como si se conocieran de años. Y ese peligroso delincuente del cartel de Cali empieza a preguntarnos si estábamos bien, si nos habíamos divertido y lo que hacíamos en la vida.
Cada uno empezó a decir yo estoy en quinto, yo en cuarto, yo termino este año el colegio y lo que siguió jamás me lo esperé de un matón como ese tipo que estaba ahí frente a nosotros.
-Bien, pelaos, estudien. Estudien y prepárense en la vida- Nos aconsejaba Gilberto Rodríguez Orejuela, jefe del cartel de Cali.
No podía creer lo que escuchaba de su propia boca. Nos aconsejaba a estudiar un matón en vez de decirnos que hiciéramos plata como fuera, en vez de decirnos que si queríamos trabajar él nos daría trabajo.
-        -  Hay que estudiar, esa es la mejor herencia que le pueden dejar a ustedes sus papás –Terminó de decir como si fuera un padre preocupado por el futuro de sus hijos.
Cambió la imagen que tenía de este delincuente. Jamás imaginé que esto sucediera, nunca creí que un narcotraficante nos recomendara estudiar en la vida y prepararse.
Hablamos un poco más hasta que preguntó si teníamos hambre, nosotros respondimos que si e invitó a pasar a comer ahí dentro del asadero, pero yo no tenía dinero, eso se veía costoso. Nos pidió que esperásemos un momento mientras él volvía. Dos minutos después regresó y nos regaló de a billete de mil pesos según recuerdo. Era bastante dinero en ese año, final de los 80´s.
Pasamos al comedor y comimos todos. Había mucha gente y narcos, mujeres hermosas con sus cuerpotes deseables y tipos armados con rostro de asesinos. Tuve la oportunidad de repetir mi buen pedazo de filete de carne con Colombiana, aunque en un comienzo creí que teníamos que pagar la comida resultó ser gratis para todos.

Con el riquito seguimos saliendo, especialmente a balnearios de Palmira o a veces hasta a los toboganes de Pance en Cali. Para ese momento me era imposible quedarme un fin de semana en alguna de esas salidas ya que en casa era imposible conseguir ese permiso. No siempre podía salir con este grupo, ya que, aunque él siempre gastaba si veía que todos poníamos dinero, yo no siempre obtenía permiso en casa para salir. Tenía otros asuntos que solucionar como el ganar el año escolar y, en su momento, pasar a la universidad a estudiar algo rentable que me sirviera en el futuro, según decía mi mamá, pero yo estaba encaminado hacia el arte, quería ir a bellas artes a estudiar pintura, pero mi mamá no quería.
Fue un fin de semana que fuimos al lago Calima a una finca del patrón. Hubo una rumba del otro mundo. Se presentó un grupo de salsa de un grupo conocido. Antes de eso hubo una exposición de pintura en una sala de la casona y, por lo que vi, los artistas vendieron todo durante la exposición. Pinturas y algunas esculturas. Según lo que mi amigo me contó los expositores salieron ganando y pagados con casas y carros que habían ahí en el parqueadero, además de dinero en efectivo. ¡Cómo se movía el dinero entre ellos! A la noche el concierto de salsa y en una de las habitaciones había una mesa en el centro con un montículo de coca a la que iba el que quisiera inhalar un poco. Ya entrado el día siguiente en plena madrugada pudimos el grupo de 5 amigos conversar con Gilberto Rodríguez Orejuela. Quien empezó a preguntar qué queríamos estudiar y hacer en la vida. Uno de nosotros le dijo que quería ser como él. Gilberto lo mira y le dice que no, que primero tendría que estudiar para ser alguien en la vida, que para malandros ya estaba él y el otro (Refiriéndose a Pablo escobar), parecía aconsejarnos, aunque a la vez era contradictorio, puesto que la droga que él comerciaba perjudicaba a jóvenes como nosotros. Intentaba convencernos de seguir estudiando, si no podíamos en una universidad privada al menos en una pública, ya que muchas públicas se pagaba poco según lo que los papás ganaran.
Cuando me preguntó a mi le dije que quería estudiar pintura en bellas artes y me dio alegría inmensa cuando me dijo que era amigo de la directora, incluso que él podía hablar con ella para que me becara, pero primero tenía que terminar el bachillerato. No parecía un peligroso narcotraficante, nos hablaba tranquilo aconsejándonos como un padre a su hijo. De verdad que no parecía un enemigo de la sociedad. Era calmado, con su mirada seria al igual que su hermano Miguel, pero nos inspiraba confianza e insistía en prepararse en la vida, en estudiar. Esa noche salí de ahí ilusionado, ese narco me iba a ayudar a conseguir una beca para estudiar arte en el conservatorio de bellas artes de Cali, una ayuda que jamás llegó. Terminé el colegio y a través del riquito le envié razón para que me becara y no se pudo eso. Me fui a Bogotá a estudiar y cuando regresaba a Palmira en vacaciones me encontraba con él, esos sí que eran días. Mis papás se habían ido a otra ciudad a trabajar y yo podía salir días enteros de casa sin problema a disfrutar de la vida.
Esas vueltas a la sexta un Viernes o un Sábado eran inolvidables, ir a la perrada de Edgar, negocio del cartel de Cali o ir a un almacén a comprar ropa. Ir con sus amigas, oír la música que ponían en Todelar Stereo Cali mientras conducía en carro por toda la sexta y ver cómo a él lo trataban bien y los dueños de los locales le rendían pleitecía. Esa vida era la que yo quería, yo no quería depender de mis papás, no quería seguir siendo pobre, quería disfrutar de la vida, de mi juventud, viajar. Mi amigo tenía una calidad de vida impresionante. Para ese entonces eran ya los 90´s, año 91 o algo así. Aunque éramos un grupo de cinco reconozco que parecía tener preferencia por mí.
Por él, del cual ni recuerdo su nombre, solo el apodo del riquito, conocí a un grupo de paracaidismo donde hice mis primeros saltos. Un total de cinco hice. Y mucha gente, quizás relacionada al narco indirectamente.

Una vez en una finca cerca a Cali fui directo, en una conversación, con mi amigo después que confesamos el aprecio que sentíamos mutuamente. Era el año 93, creo recordar. Estábamos en el balcón del segundo piso, podíamos ver la piscina al frente y al resto del grupo en la parrilla del asador con la carne. Ya estábamos un poco hebrios y el riquito me empieza a contar su historia:
A sus papás los mataron junto con un hermano que era niño en ese momento y la cosa se quedó así. El se fue a vivir con su abuela a Cali, ya que él era de Tuluá. Su papá era un contable de Miguel, así que apenas tuvo oportunidad, habló con Miguel para que le diera trabajo con la finalidad de algún día vengarse de los policías que mataron a su familia. Empezó de muy abajo desde joven. Estaba terminando el sexto de bachiller cuando entró con ellos; contestando el teléfono y de mensajero principalmente, fue gracias a esas vueltas que conoció mucha gente quedando él como alguien que ponía cara a los jefes del cartel, fue como un relaciones públicas de los Rodríguez Orejuela. Aunque fue Miguel quien le abrió las puertas, más tarde pasó a estar al lado de Gilberto. El trabajo del riquito era esa especie de relaciones públicas, pero también de conseguir gente útil para ellos. Por eso a él lo apreciaba mucho la gente a donde iba, no importara que fuera a la sexta, a Aguablanca a donde lo llevé en la XT 500 o a Siloé. El riquito era conocido y se hacía querer. Tenía una forma de ser humilde, sabía usar las palabras adecuadas para decir las cosas y con las mujeres se llevaba de maravilla cosa que nunca me extrañó. Nunca lo vi discutir con nadie, aunque no quiero decir que no lo hiciera.
Ese era su trabajo con ellos. Recuerdo a un señor que pedía dinero frente al sándwich Cubano frente a Sears. Se le acercó y le preguntó para qué necesitaba la plata a lo que el indigente le dijo que para comer y dar de comer a su familia. Era un tipo de barba de unos 40 años, creo recordar. El riquito entró al sándwich Cubano, comimos y después pidió 10 sandwiches para llevar. Se los dio al hombre de la calle y le dijo.
- Quiero llevarte al lugar donde vivís y ver a tu familia si es cierto lo que me decís -
El hombre no quería, pero accedió a llevarlo con su familia. Lo subió en el carro y fuimos al río casi al lado de Bellas artes, donde había una choza hecha con cartón. Ahí había una mujer con gripa y tenían dos niños de unos 10 años que pedían plata en la calle. Eran gamines. La mujer se alegró mucho al ver la comida que traía el tipo y agradeció mucho. En su cara había una mirada de esperanza y agradecimiento.
Estuvo hablando un rato largo con ellos, preguntó si los niños estudiaban y contestaron que no, porque ni zapatos tenían. Les preguntó qué sabían hacer y él respondió que era campesino, él sabía todo sobre el campo, pero que fue desplazado por la guerrilla del Cauca y ella era costurera. Esa tarde de inicio de los 90´s esos indigentes salieron para un pueblo al norte del Valle a cuidar una hacienda. Tiempo después los volví a ver y no los reconocí, eran otros, parecían personas común y corriente. El riquito les había dado una nueva vida a cambio de nada, solo de cuidar una hacienda que no tenía nadie encargada de ella. Este mismo acto se lo ví a Gilberto una vez en la calle con uno que pedía dinero para comer. Le llenó una bolsa de perros.
El riquito era consciente de que en ese mundillo no habían amigos, que en cualquier momento podría ser traicionado y asesinado por alguno de sus compañeros, aunque gozase de la protección del jefe. El sentía un vacío profundo no tener a sus papás vivos y sentía odio por la justicia al no hacer nada por investigar ese caso. Los asesinos seguían vivos. Por eso llegó a mi barrio y a otros de Palmira, para hacer amigos, conocer gente y tener alguien en quien confiar y poder contar. Era como un impulso psicológico, lo veo así hoy día, de llenar el vacío que dejó su familia. Por eso hizo esos amigos en Caicelandia, mi barrio, por eso salía con ellos hasta que ellos empezaron a cogerlo del bobo del paseo, del bobo que pagaba sus caprichos y empezó a dejarlos poco a poco sin dejar de ir al barrio, le gustaba ese ambiente que había en ese lugar. No le gustaba que lo cogieran como el que pagaba todo, también quería ver que todos pagaran, pero no fue así. Era una relación hipócrita, a conveniencia y hasta le habían pedido prestado dinero que nunca le devolvieron. Y según decía, vio en mi un niño bien, un pelao de familia. Me probó ese día que fuimos a Aguaclara, un balneario cerca del barrio, camino a Pradera. Me apreciaba y me consideraba su amigo. Tanto era así que fui el único de los cuatro del grupo a quien le había contado eso, fui el único que lo había acompañado a los sitios donde los acompañé. A pesar de que para ese entonces yo estudiaba en Bogotá, nos veíamos en vacaciones.

No niego que me sentí especial de tener un amigo como el riquito. Yo ansiaba esa vida que tenía, quería trabajar con él y hacer lo que yo quisiera sin dañar a nadie. Yo quería salir, conocer gente, viajar, divertirme, pero no tenía dinero para esas cosas, no tenía nada. Dependía, en todo sentido, de mis papás. Cuando estudiaba actuación donde Ronald pasé hambre dura durante días, a mi me enviaban un dinero mensual para transporte y otras cosas que no siempre alcanzaba, me privé de demasiadas cosas. Mis compañeros de universidad y de la academia iban a la tienda a diario y comían lo que querían, pero yo ni eso podía hacer porque tenía contado el dinero, pero mi amigo eso no le preocupaba, el dinero a él le sobraba. Eso era justamente lo que yo quería y esa noche, mientras hablábamos estuve dispuesto a dejar todo por tener esa vida. Le pedí que me metiera a trabajar con él y su gesto, como respuesta, no me gustó. Pasaron varios segundos hasta que me dijo lo bravo que era ese ambiente, que él no me veía en eso. Que yo era tan buena gente que a mí me comerían vivo en cosa de días, pero le rogué, le supliqué que me metiera con ellos, que yo aprendía fácil. Que hoy mismo empezaba. Realmente en ese momento vi la cosa fácil, pero qué equivocado estaba. Lloré insistiendo, le di mis razones por las que deseaba trabajar con ellos, quería vivir bien, no tener las dificultades que tenía en ese momento, quería tener facilidad para muchas cosas y no estar machuchando la plata por miedo a descuadrarme en algo, cosa que solía sucederme. Me miraba con compasión, entendía mi situación, pero era mi amigo y me lo dijo
-          -Si vos fueras otro probablemente ni dudaría en meterte aquí a camellar, pero como sos mi amigo y te quiero como amigo no quiero verte aquí. Yo a vos te mostré lo bonito de este trabajo, pero esto es muy feo y eso es lo que no te he mostrado a vos –
Mi vida daba por trabajar con ellos, pero se negó y creo que hasta hoy día lo entiendo y debo agradecer.
-        -  ¿Qué te ha dicho Don Gilberto? ¿Qué es lo que siempre te insiste?- Preguntó.
Y sabía cuál era la respuesta – Que estudie –
Lloré. Odiaba mi vida, odiaba pasar dificultades por el puto dinero. Quería ser rico, salir, viajar. Tener una esposa hermosa de buen cuerpo que me amara y tantos sueños jamás cumplidos hasta el momento. Pero mi amigo me ayudó a no entrar en ese territorio.
Me contó que se había vengado de los policías, supongo que los torturó y mató. Me decía que tenía un dinero ahorrado para vivir bien el resto de su vida. Que quería abrirse de ese mundo e irse a una isla para vivir ahí. Creía que se refería a San Andrés. Era un tipo inteligente que pensaba en su futuro y sabía que su futuro no sería siempre con los del cartel de Cali.

Para el año 1993 mataron a Pablo Escobar. Me dijo que la cosa se complicaría para el cartel y que debían prever eso, cosa que ya lo estaba haciendo. Primero fue Medellín ahora irían por los de Cali, estaba preparando su posible ida del país, ya que a Miguel y Gilberto los estaban molestando el gobierno central y lo que menos quería el patrón era tener líos con la policía a quienes les tenía respeto, a pesar de todo. Para el año 94, cuando estaba ya en la Universidad estudiando Artes Plásticas, le perdí todo rastro al riquito. Ni señales de él y puede que fuera por dos razones; porque no quería implicarme o porque estaba muerto. Dios quiera siga vivo, relacionándose con la gente, viviendo bien.

Atrás quedó esa historia mía con alguien perteneciente al cartel de Cali, conocí directamente a Gilberto quien me pareció afable, buena gente a pesar de lo que hacía, amigable y hasta bondadoso, pero es cierto que yo solo vi lo bonito de ese medio y no lo real. Atrás quedaron las salidas a la sexta un viernes en la noche oyendo Todelar Stereo Cali, las idas a pisciniar, a comer al Sándwich Cubano o a la perrada de Edgar. Realmente no cambió solo para mí, la avenida sexta que era el lugar de encuentro de todos, la avenida más famosa del país por su comercio y por ser de una ambiente espectacular también murió cuando el cartel de Cali murió con la captura de los Rodríguez Orejuela. Cali cambió cuando desaparecieron los que la impulsaban. La gran diferencia que hubo entre los dos carteles es que los de Medellín querían imponerse mediante el terrorismo, querían tener su escuadrón militar imponiendo respeto para poder hacer lo que quisieran mediante el miedo, pero los de Cali querían hacerse amigos de todos y fue lo que lograron, ellos no usaban la fuerza, eran amigables con todos. Es cierto que cuando tenía que ponerse duros lo hacía y si era matar lo hacían, pero era mejor ese ambiente con el cartel de Cali que con los de Medellín.

No sé dónde andará mi amigo o si viva o no. Queda en mi recuerdo. La vida da muchas vueltas y a veces me sorprende, aunque diga que ya nada me sorprende en la vida. Hoy día vivo en Madrid. Sigo con dificultades económicas intentando hacer lo que me gusta en mi medio; el mundo audiovisual, parece que lo estoy logrando, a pesar de que aún no vivo de ello. En el verano del 2017 me llamó mi manager, Andrea rey, para ir a un casting en Galicia para una serie sobre el narcotráfico en Galicia, pero que este casting se haría allá y yo debía costearme el viaje. Acepté porque si era sobre narcos tenía muchas opciones de pasar, pues en mi región (El Valle del Cauca) muchos estuvimos muy en contacto con ese mundo. Fui, presenté casting y gustó, al menos eso dijeron. Meses después estuve grabando en Galicia interpretando a Gilberto Rodríguez Orejuela con el que no tengo ni el más mínimo parecido físico, me parecía más a Matta Ballesteros que fue el personaje que interpreté en el casting que al patrón. Fue gracioso, pues lo conocí, hablé con él. También fue un honor aunque mi aparición en la serie fue corta y muy a pesar de que no me parezco al gordito de chivera.