En los años 80´s era muy normal
tener algún conocido o amigo que tuviera alguien metido en el cartel de Cali o
que fuera narco simplemente. En muchos casos uno mismo tenía alguien cercano,
consiente o inconsientemente, que estuviese metido en ese campo, ya sea amigo,
vecino, familiar o conocido.
Yo vivía en Palmira y para ese
momento era estudiante del bachiller, dependía de mis papás y estaba en la
adolescencia. No recuerdo en qué momento empezó todo, pero si me di cuenta de
aquel riquito, como le decían, que empezó a ir en su carrazo; una camioneta
grande polarizada. Este muchacho de una edad mayor a la mía por 3 o 4 años
solía ir con los grandes del barrio, con los que estudiaban en el Cárdenas, el
Rafo y colegios públicos donde era normal ver a estudiantes de la calle
viviendo en un ambiente de clase media y en donde ellos tenían harta
experiencia en la vida de la calle. Un ambiente que no era el mío por ser yo
hogareño, en cierta forma y por la educación de mis papás.
Con el tiempo oí, de los amigos
del barrio, que el riquito siempre los invitaba a salir; a un balneario, a
beber, a cine, a comer, a dar una vuelta a Cali y así, siempre gastando. De ahí
a que cuando él llegara al barrio fuera bien recibido por un grupo grande de supuestos
amigos que solo esperaban una de esas salidas costosas a cargo del riquito.
Era un tipo que ya había
terminado estudios escolares. Me llevaba 3 o 4 años de edad. Era bastante pinta,
atractivo para las mujeres, era educado lo cual me sorprendía que estuviera
como amigo de los más gamines del barrio, de los menos hijos de mami o papi, caseros que pedían permiso para salir y no como ellos que salían cuando les
daba la gana. Su ropa era de marca, eso envidiaban los que le rodeaban. Decía
que compraba solo en almacenes finos como Hommo y Chiro´s de Cali y hasta en
Nueva York. Sus zapatos se veían nuevos. Zapatos Nike, Apache o sencillos, pero de
clase. Ese muchacho llamaba la atención con su presencia y es que brillaba
entre ese combo.
Así transcurrió un tiempo y ya
era conocido en el barrio, pero poco a poco esas salidas empezaron a dejar de
ser. Hablaba con todos, saludaba a todos, era un joven educado, parecía de
buena familia. Solía ir a la panadería del barrio, ahí frente al parqueadero
donde yo solía ir a comer pan con Colombiana; la panadería del gordo Héctor.
Nos saludábamos, intercambiábamos algunas palabras. Eramos conocidos, él me
conocía y me llamaba por mi nombre y yo por el de él, aunque se le conocía como
el riquito. Ya, para ese entonces, él iba en moto; una Yamaha XT 500, una
hermosura de moto con la que yo soñaba.
Cierta tarde de un Sábado estaba
sentados frente a la panadería con dos conocidos que vivían en los barrios de al
lado; Fátima y el Triunfo. Estábamos ahí mientras jugaban futbol en el parqueadero,
cuando el riquito nos dice:
- - Está bueno este día pa ir a pisciniar, ¿Si o no?
–
- - Paga ese parche ir a Aguaclara – Le contesta uno
de los que estaba a mi lado.
-
¿Te animás, viejo Jason? – Me pregunta.
Esa salida estaba genial, pero mi
problema siempre fue el dinero, no creo que me dejaran ir, ni que me dieran
dinero para ello.
- - No tengo plata, creo que ando con 100 pesos – Le
dije.
Aunque hoy día 100 pesos no es
nada ni se compra nada de nada, en aquel entonces creo que alcanzaba para ir y
venir, más no para entrar y comer algo, pero 30 minutos después nos fuimos a
Aguaclara en bus. Estaba a unos 3 kilómetros del barrio. Nadamos y jodimos
hasta las 6:00 pm. ¡Qué bien la pasamos! Y que buena la picada que nos pidió el
riquito.
Cuando me di cuenta éramos un
grupo de 5 los que salíamos cada fin de semana y en vacaciones era
constantemente. Había ya pasado mucho tiempo desde que lo vi saliendo con el
anterior grupito del barrio el cual dejó casi a un lado. Habrían transcurrido
un año o más desde aquel tiempo.
Una vez nos comentó de la
inauguración de un asadero cerca al aeropuerto que estaba para pronto y que
sería chévere ir. Alguien mencionó que ese sitio era caro por ser de los
Rodríguez Orejuela del cartel de Cali, pero no lo creí. Nos invitó, pero por cosas
de la vida no pude ir al igual que los demás. Pasada una semana de esa
inauguración nos invitó a este asadero a conocer este sitio y de paso ver un
partido que había ahí.
Al llegar, el sitio impactaba, era
agradable a la vista y en el parqueadero se veían carros de lujo, algunos con
vidrios polarizados. En la cancha de fútbol se veía gente de dinero y vi alguno
armado. Las mujeres que había eran una cosa del otro mundo. Unos cuerpotes,
unas tetas, unos culos, unas caras hermosas de ellas y ellos feos, algunos con
cara de pocos amigos que intimidaba verlos, no fuera que se molestaran y nos
metiéramos en problemas serios. No sé cómo sucedió, la cosa es que terminamos
jugando un partido. Yo de arquero. Ni recuerdo si ganamos o perdimos.
Esa mañana debió jugarse 3
partidos o 4. Uno de ellos, el último, el más esperado. Los otros dos eran de
media hora como en el que estuve. Era un ambiente de millonarios, de lujo y
derroche. Recuerdo que mi amigo nos comentó antes de empezar el partido
- - Muchachos, hacen falta jugadores, ¿Quieren
jugar? –
- - Listo- le dijimos.
- - Necesitamos un arquero-
- Tapo yo - me ofrecí.
- Tapo yo - me ofrecí.
Y nos cambiamos al uniforme.
Estaba preparado para entrar a la cancha cuando veo al árbitro, en medio de los
jueces de línea, sacar un arma automática y dar dos tiros al aire. Acto seguido
me mira y yo me tiro al suelo boca abajo. Pasaron 10 segundos y no pasaba nada.
No oí más disparos y yo seguía vivo. Alguien reía a carcajadas a lo lejos. Yo
estaba asustado, no sé qué pasaba, pero ese tipo tenía un arma, creo que
discutía con los jueces de línea.
Levanto un poco la cabeza y todo marchaba como si nada hubiese pasado.
El riquito me miraba riendo. Al fondo había un gordo de gafas carcajeando
mientras me miraba.
- - Fresco, guevón, que ese es el pito- Intentó
calmarme.
¿Pito? ¿De qué hablaba? Miro a
los árbitros y había uno sentado en el suelo agarrándose el estómago de la
risa. Me costó entender que en vez de pito usaban una pistola.
Jugamos media hora. Creo recordar
tapar un penalti. Empezamos a eso de las 10:00 de la mañana. Al terminar los
otros partidos noté que apostaban entre ellos. Ya cambiados de ropa esperamos a
un lado del parqueadero. Los ricachones empezaban a salir y algunos venían a mí
y con palmadita de hombro me decían cosas como
-Bien, pelao-
- Vacano, guevón, me hiciste
ganar buen billete-
- Bien, mijo, así se tapa-
En esas estábamos cuando uno de nosotros, de los cinco del grupo, dice
asombrado
-
¿Esos que vienen allá no son los Rodríguez
Orejuela? – Pregunta.
Y mirando al grupo que vienen
pregunta uno - ¿Y esos quiénes son? –
-
Pues los del cartel de Cali – Le contestan.
Mi amigo el riquito alegre al
reconocer a alguien entre el grupo que salía de la cancha dice
- - Si, ese es el patrón, Don Gilberto y Miguel.
Espere se los presento –
- - No, dejalos, no los molestés. - Casi le dije
suplicando. No quería que lo molestara. Ni que fueran amigos.
Pero empezó a llamarlo a voces
levantando la mano.
- - Don Gilberto, Don Gilberto – lo llamaba y yo
cagado del miedo. No quería que lo molestara. Nos iban a matar solo por
molestarlo.
Yo me le ponía al frente para que
se calmara y no lo llamara
- - No, no hagás eso, déjalo, marica- Casi llorando
le decía-
Pero él seguía. Así que intenté
ponerme detrás de él y hacerme el bobo para escapar. Al verle las caras a ellos
veo a dos tipos mal encarados con cara de no tener amigos. Parecían ir
escoltados por varios matones a sus lados. En esas el gordito de chivera mira a
mi amigo que lo llamaba. Le lanza una mirada de odio. Me temblaba todo el cuerpo.
Aún si quisiese correr no lograría ni caminar. Y creo que fue cuando lo
reconoció que su gesto cambió a uno más amable. Acto seguido se dirigió hacia
donde estábamos. Se estrecharon la mano y nos saluda a nosotros. Yo atrás de
todos casi escondido fui sacado a la luz por el gordito de chivera; Gilberto
quien tras el apretón de manos me dice
- - Buena esa pelao, me hizo ganar dinerito –
Y nos presentamos todos. Ese tipo
que no conocía a mi amigo le hablaba muy familiar, como si se conocieran de
años. Y ese peligroso delincuente del cartel de Cali empieza a preguntarnos si
estábamos bien, si nos habíamos divertido y lo que hacíamos en la vida.
Cada uno empezó a decir yo estoy
en quinto, yo en cuarto, yo termino este año el colegio y lo que siguió jamás
me lo esperé de un matón como ese tipo que estaba ahí frente a nosotros.
-Bien, pelaos, estudien. Estudien
y prepárense en la vida- Nos aconsejaba Gilberto Rodríguez Orejuela, jefe del
cartel de Cali.
No podía creer lo que escuchaba
de su propia boca. Nos aconsejaba a estudiar un matón en vez de decirnos que
hiciéramos plata como fuera, en vez de decirnos que si queríamos trabajar él
nos daría trabajo.
- - Hay que estudiar, esa es la mejor herencia que
le pueden dejar a ustedes sus papás –Terminó de decir como si fuera un padre
preocupado por el futuro de sus hijos.
Cambió la imagen que tenía de
este delincuente. Jamás imaginé que esto sucediera, nunca creí que un
narcotraficante nos recomendara estudiar en la vida y prepararse.
Hablamos un poco más hasta que
preguntó si teníamos hambre, nosotros respondimos que si e invitó a pasar a
comer ahí dentro del asadero, pero yo no tenía dinero, eso se veía costoso. Nos
pidió que esperásemos un momento mientras él volvía. Dos minutos después regresó y nos regaló de a billete de mil pesos según recuerdo. Era bastante dinero en
ese año, final de los 80´s.
Pasamos al comedor y comimos
todos. Había mucha gente y narcos, mujeres hermosas con sus cuerpotes deseables
y tipos armados con rostro de asesinos. Tuve la oportunidad de repetir mi buen
pedazo de filete de carne con Colombiana, aunque en un comienzo creí que
teníamos que pagar la comida resultó ser gratis para todos.
Con el riquito seguimos saliendo,
especialmente a balnearios de Palmira o a veces hasta a los toboganes de Pance
en Cali. Para ese momento me era imposible quedarme un fin de semana en alguna
de esas salidas ya que en casa era imposible conseguir ese permiso. No siempre
podía salir con este grupo, ya que, aunque él siempre gastaba si veía que todos
poníamos dinero, yo no siempre obtenía permiso en casa para salir. Tenía otros
asuntos que solucionar como el ganar el año escolar y, en su momento, pasar a
la universidad a estudiar algo rentable que me sirviera en el futuro, según
decía mi mamá, pero yo estaba encaminado hacia el arte, quería ir a bellas
artes a estudiar pintura, pero mi mamá no quería.
Fue un fin de semana que fuimos
al lago Calima a una finca del patrón. Hubo una rumba del otro mundo. Se
presentó un grupo de salsa de un grupo conocido. Antes de eso hubo una
exposición de pintura en una sala de la casona y, por lo que vi, los artistas
vendieron todo durante la exposición. Pinturas y algunas esculturas. Según lo
que mi amigo me contó los expositores salieron ganando y pagados con casas y carros que habían
ahí en el parqueadero, además de dinero en efectivo. ¡Cómo se movía el dinero
entre ellos! A la noche el concierto de salsa y en una de las habitaciones había
una mesa en el centro con un montículo de coca a la que iba el que quisiera
inhalar un poco. Ya entrado el día siguiente en plena madrugada pudimos el
grupo de 5 amigos conversar con Gilberto Rodríguez Orejuela. Quien empezó a
preguntar qué queríamos estudiar y hacer en la vida. Uno de nosotros le dijo que
quería ser como él. Gilberto lo mira y le dice que no, que primero tendría que
estudiar para ser alguien en la vida, que para malandros ya estaba él y el otro
(Refiriéndose a Pablo escobar), parecía aconsejarnos, aunque a la vez era
contradictorio, puesto que la droga que él comerciaba perjudicaba a jóvenes
como nosotros. Intentaba convencernos de seguir estudiando, si no podíamos en
una universidad privada al menos en una pública, ya que muchas públicas se
pagaba poco según lo que los papás ganaran.
Cuando me preguntó a mi le dije
que quería estudiar pintura en bellas artes y me dio alegría inmensa cuando me
dijo que era amigo de la directora, incluso que él podía hablar con ella para
que me becara, pero primero tenía que terminar el bachillerato. No parecía un
peligroso narcotraficante, nos hablaba tranquilo aconsejándonos como un padre a
su hijo. De verdad que no parecía un enemigo de la sociedad. Era calmado, con
su mirada seria al igual que su hermano Miguel, pero nos inspiraba confianza e
insistía en prepararse en la vida, en estudiar. Esa noche salí de ahí ilusionado,
ese narco me iba a ayudar a conseguir una beca para estudiar arte en el
conservatorio de bellas artes de Cali, una ayuda que jamás llegó. Terminé el
colegio y a través del riquito le envié razón para que me becara y no se pudo
eso. Me fui a Bogotá a estudiar y cuando regresaba a Palmira en vacaciones me
encontraba con él, esos sí que eran días. Mis papás se habían ido a otra ciudad
a trabajar y yo podía salir días enteros de casa sin problema a disfrutar de la
vida.
Esas vueltas a la sexta un
Viernes o un Sábado eran inolvidables, ir a la perrada de Edgar, negocio del
cartel de Cali o ir a un almacén a comprar ropa. Ir con sus amigas, oír la
música que ponían en Todelar Stereo Cali mientras conducía en carro por toda la
sexta y ver cómo a él lo trataban bien y los dueños de los locales le rendían
pleitecía. Esa vida era la que yo quería, yo no quería depender de mis papás,
no quería seguir siendo pobre, quería disfrutar de la vida, de mi juventud,
viajar. Mi amigo tenía una calidad de vida impresionante. Para ese entonces
eran ya los 90´s, año 91 o algo así. Aunque éramos un grupo de cinco reconozco
que parecía tener preferencia por mí.
Por él, del cual ni recuerdo su
nombre, solo el apodo del riquito, conocí a un grupo de paracaidismo donde hice
mis primeros saltos. Un total de cinco hice. Y mucha gente, quizás relacionada
al narco indirectamente.
Una vez en una finca cerca a Cali
fui directo, en una conversación, con mi amigo después que confesamos el aprecio que sentíamos
mutuamente. Era el año 93, creo recordar. Estábamos en el balcón del segundo
piso, podíamos ver la piscina al frente y al resto del grupo en la parrilla del
asador con la carne. Ya estábamos un poco hebrios y el riquito me empieza a
contar su historia:
A sus papás los mataron junto con
un hermano que era niño en ese momento y la cosa se quedó así. El se fue a
vivir con su abuela a Cali, ya que él era de Tuluá. Su papá era un contable de
Miguel, así que apenas tuvo oportunidad, habló con Miguel para que le diera
trabajo con la finalidad de algún día vengarse de los policías que mataron a su
familia. Empezó de muy abajo desde joven. Estaba terminando el sexto de
bachiller cuando entró con ellos; contestando el teléfono y de mensajero
principalmente, fue gracias a esas vueltas que conoció mucha gente quedando él
como alguien que ponía cara a los jefes del cartel, fue como un relaciones
públicas de los Rodríguez Orejuela. Aunque fue Miguel quien le abrió las
puertas, más tarde pasó a estar al lado de Gilberto. El trabajo del riquito era
esa especie de relaciones públicas, pero también de conseguir gente útil para
ellos. Por eso a él lo apreciaba mucho la gente a donde iba, no importara que
fuera a la sexta, a Aguablanca a donde lo llevé en la XT 500 o a Siloé. El riquito
era conocido y se hacía querer. Tenía una forma de ser humilde, sabía usar las
palabras adecuadas para decir las cosas y con las mujeres se llevaba de
maravilla cosa que nunca me extrañó. Nunca lo vi discutir con nadie, aunque no
quiero decir que no lo hiciera.
Ese era su trabajo con ellos. Recuerdo
a un señor que pedía dinero frente al sándwich Cubano frente a Sears. Se le
acercó y le preguntó para qué necesitaba la plata a lo que el indigente le dijo
que para comer y dar de comer a su familia. Era un tipo de barba de unos 40
años, creo recordar. El riquito entró al sándwich Cubano, comimos y después pidió 10
sandwiches para llevar. Se los dio al hombre de la calle y le dijo.
- Quiero llevarte al lugar donde vivís y ver a tu familia si es cierto lo que me decís -
El hombre no quería, pero accedió a llevarlo con su familia. Lo subió en el carro y fuimos al río casi al lado de Bellas artes, donde había una choza hecha con cartón. Ahí había una mujer con gripa y tenían dos niños de unos 10 años que pedían plata en la calle. Eran gamines. La mujer se alegró mucho al ver la comida que traía el tipo y agradeció mucho. En su cara había una mirada de esperanza y agradecimiento.
- Quiero llevarte al lugar donde vivís y ver a tu familia si es cierto lo que me decís -
El hombre no quería, pero accedió a llevarlo con su familia. Lo subió en el carro y fuimos al río casi al lado de Bellas artes, donde había una choza hecha con cartón. Ahí había una mujer con gripa y tenían dos niños de unos 10 años que pedían plata en la calle. Eran gamines. La mujer se alegró mucho al ver la comida que traía el tipo y agradeció mucho. En su cara había una mirada de esperanza y agradecimiento.
Estuvo hablando un rato largo con
ellos, preguntó si los niños estudiaban y contestaron que no, porque ni zapatos
tenían. Les preguntó qué sabían hacer y él respondió que era campesino, él
sabía todo sobre el campo, pero que fue desplazado por la guerrilla del Cauca y
ella era costurera. Esa tarde de inicio de los 90´s esos indigentes salieron
para un pueblo al norte del Valle a cuidar una hacienda. Tiempo después los
volví a ver y no los reconocí, eran otros, parecían personas común y corriente.
El riquito les había dado una nueva vida a cambio de nada, solo de cuidar una
hacienda que no tenía nadie encargada de ella. Este mismo acto se lo ví a
Gilberto una vez en la calle con uno que pedía dinero para comer. Le llenó una
bolsa de perros.
El riquito era consciente de que
en ese mundillo no habían amigos, que en cualquier momento podría ser
traicionado y asesinado por alguno de sus compañeros, aunque gozase de la
protección del jefe. El sentía un vacío profundo no tener a sus papás vivos y
sentía odio por la justicia al no hacer nada por investigar ese caso. Los asesinos
seguían vivos. Por eso llegó a mi barrio y a otros de Palmira, para hacer
amigos, conocer gente y tener alguien en quien confiar y poder contar. Era como
un impulso psicológico, lo veo así hoy día, de llenar el vacío que dejó su
familia. Por eso hizo esos amigos en Caicelandia, mi barrio, por eso salía con
ellos hasta que ellos empezaron a cogerlo del bobo del paseo, del bobo que
pagaba sus caprichos y empezó a dejarlos poco a poco sin dejar de ir al barrio,
le gustaba ese ambiente que había en ese lugar. No le gustaba que lo cogieran
como el que pagaba todo, también quería ver que todos pagaran, pero no fue así.
Era una relación hipócrita, a conveniencia y hasta le habían pedido prestado
dinero que nunca le devolvieron. Y según decía, vio en mi un niño bien, un
pelao de familia. Me probó ese día que fuimos a Aguaclara, un balneario cerca
del barrio, camino a Pradera. Me apreciaba y me consideraba su amigo. Tanto era
así que fui el único de los cuatro del grupo a quien le había contado eso, fui
el único que lo había acompañado a los sitios donde los acompañé. A pesar de
que para ese entonces yo estudiaba en Bogotá, nos veíamos en vacaciones.
No niego que me sentí especial de
tener un amigo como el riquito. Yo ansiaba esa vida que tenía, quería trabajar
con él y hacer lo que yo quisiera sin dañar a nadie. Yo quería salir, conocer
gente, viajar, divertirme, pero no tenía dinero para esas cosas, no tenía nada.
Dependía, en todo sentido, de mis papás. Cuando estudiaba actuación donde
Ronald pasé hambre dura durante días, a mi me enviaban un dinero mensual para
transporte y otras cosas que no siempre alcanzaba, me privé de demasiadas
cosas. Mis compañeros de universidad y de la academia iban a la tienda a diario
y comían lo que querían, pero yo ni eso podía hacer porque tenía contado el
dinero, pero mi amigo eso no le preocupaba, el dinero a él le sobraba. Eso era
justamente lo que yo quería y esa noche, mientras hablábamos estuve dispuesto a
dejar todo por tener esa vida. Le pedí que me metiera a trabajar con él y su
gesto, como respuesta, no me gustó. Pasaron varios segundos hasta que me dijo
lo bravo que era ese ambiente, que él no me veía en eso. Que yo era tan buena
gente que a mí me comerían vivo en cosa de días, pero le rogué, le supliqué que
me metiera con ellos, que yo aprendía fácil. Que hoy mismo empezaba. Realmente en
ese momento vi la cosa fácil, pero qué equivocado estaba. Lloré insistiendo, le
di mis razones por las que deseaba trabajar con ellos, quería vivir bien, no
tener las dificultades que tenía en ese momento, quería tener facilidad para
muchas cosas y no estar machuchando la plata por miedo a descuadrarme en algo,
cosa que solía sucederme. Me miraba con compasión, entendía mi situación, pero
era mi amigo y me lo dijo
- -Si vos fueras otro probablemente ni dudaría en
meterte aquí a camellar, pero como sos mi amigo y te quiero como amigo no
quiero verte aquí. Yo a vos te mostré lo bonito de este trabajo, pero esto es
muy feo y eso es lo que no te he mostrado a vos –
Mi vida daba por trabajar con
ellos, pero se negó y creo que hasta hoy día lo entiendo y debo agradecer.
- - ¿Qué te ha dicho Don Gilberto? ¿Qué es lo que
siempre te insiste?- Preguntó.
Y sabía cuál era la respuesta –
Que estudie –
Lloré. Odiaba mi vida, odiaba
pasar dificultades por el puto dinero. Quería ser rico, salir, viajar. Tener una
esposa hermosa de buen cuerpo que me amara y tantos sueños jamás cumplidos
hasta el momento. Pero mi amigo me ayudó a no entrar en ese territorio.
Me contó que se había vengado de
los policías, supongo que los torturó y mató. Me decía que tenía un dinero
ahorrado para vivir bien el resto de su vida. Que quería abrirse de ese mundo e
irse a una isla para vivir ahí. Creía que se refería a San Andrés. Era un tipo
inteligente que pensaba en su futuro y sabía que su futuro no sería siempre con
los del cartel de Cali.
Para el año 1993 mataron a Pablo
Escobar. Me dijo que la cosa se complicaría para el cartel y que debían prever
eso, cosa que ya lo estaba haciendo. Primero fue Medellín ahora irían por los
de Cali, estaba preparando su posible ida del país, ya que a Miguel y Gilberto
los estaban molestando el gobierno central y lo que menos quería el patrón
era tener líos con la policía a quienes les tenía respeto, a pesar de todo. Para
el año 94, cuando estaba ya en la Universidad estudiando Artes Plásticas, le
perdí todo rastro al riquito. Ni señales de él y puede que fuera por dos
razones; porque no quería implicarme o porque estaba muerto. Dios quiera siga
vivo, relacionándose con la gente, viviendo bien.

