Para aquel entonces era yo un
adolescente de 17 años cuando al barrio llegó esa mona con parecido a gringa.
Parecido que confirmamos realmente lo era. Su nombre era algo así como Cynthia,
Cindy, Sharon o algo con una C o S en su nombre. Poco a poco empecé a verla con
las muchachitas del barrio, las más creídas. Debo confesar que desde que la vi
me pareció una mujer del otro mundo; Hermosa, muy Estadounidense, oírla hablar
en inglés, especialmente, me excitaba como enfermo sexual. Su ropa era como en
las películas de esa década (los 80´s) que sobresalía con nuestra forma de
vestir. Piel blanca, ojos verdes claros o azules y unos labios que, para el yo
de esa época, era motivo de mis pajas.
Los fines de semana me la pasaba
en la panadería del parqueadero, lugar de reunión y encuentro de todos los
habitantes del barrio. Ella no podía faltar y siempre la veía los Viernes en la
noche y los Sábados. ¡Cómo me gustaba esa mujer! Si, me enamoré de ella y sin
decirnos nada, pero ya era conocido de vista y sin darme cuenta cómo inició nos
saludábamos. Ella sabía mi nombre y yo el de ella. Siempre iba con su séquito
de amigas creídas; ella adelante y como cinco detrás de ella para darse un
estatus social en el que no encajaban, pero ella al ser gringa les daba, sin querer,
prestigio entre el resto de muchachas de
la misma edad.
Yo quería hablarle, conocer sobre
su vida, qué le gustaba, pero no pude. Era muy tímido y ya me habían rechazado
muchas veces en otras ocasiones incluso en amistad con el sexo opuesto. A eso le
tenía muchísimo miedo. Cierta noche mi papá me dio 20 pesos, como unos 20 mil
de hoy día, y salí esa noche a la heladería con tanta suerte que me la
encuentro casi de casualidad. Yo iba feliz porque tenía dinero y me sentía rico
con 20 miserables pesos. La invité a un helado sabiendo que me rechazaría y
deseaba que sucediera, así podría comerme el segundo helado yo solo, pero el
destino me la jugaría. Ella aceptó. Tuve la oportunidad de conversar un poco
con ella, supe de dónde era, por qué estaban en Colombia y dónde estudiaba; su
papá había sido trasladado a Colombia para preparar a unos trabajadores del CIAT por un año, pero su padre, pasado unos meses, quería regresar a USA. Su mamá
era de Cali, pero habían decido quedarse en Palmira. Llevaba caso toda una vida viviendo en Estados Unidos.
Fue la media hora más increíble y
placentera que tuve en la época, verla hablar, verle sus labios, sentir su
olor. Me sentía menos que ella, yo la veía en un pedestal. Celestial como un
ángel. Su voz me excitaba como loco y ganas de besarla y amarla estando ahí a
menos de un metro de distancia. Estaba enamorado de esa culicagada. Y digo
media hora porque fue el tiempo que estuve charlando con ella hasta que
apareció una de sus amigas y se la llevó de un brazo. Una actitud muy fea para
conmigo, se la llevó apartándola de mi para no rebajarse hablar con cualquiera, como para no perder
su estatus social aparente. Hasta me miró mal esa amiga. Me sentí mal, pero a la
vez me sentí bien de haber charlado con ella unos minutos. Estaba en el cielo
y lo celebré esa noche con un buen pajazo de la época.
Uno sabía dónde
estaba ella en el barrio porque todas las adolescentes y pre adolescentes del
lugar se encontraban en el mismo sitio. Llegué a contar a casi 20 mujeres
alrededor de ella, intentando aparentar personas que no eran, fingiendo cosas
que no son. Querían estar a la altura de la gringa olvidando sus antepasados
indígenas. La invitaban a comer a casa, se esmeraban por atenderla, la trataban
mejor que a sus familias como si eso fuera hacer que ella se las llevara a
Estados Unidos a ganar dólares. Para ese momento la prioridad de muchos era
viajar a este país, eso ya elevaba la imagen ante la sociedad de ese entonces.
Eso deseaban todas las menores de edad del barrio con ella, parecía que no la
dejaban respirar con tanto agobio. Querían demostrarle ser más que las demás, todas
competían entre ellas por ver quién se ganaba el puesto de ser la preferida de
ella. Increíble que la gringa no se diera cuenta de lo que sucedía, quizás lo
supo, pero no dijo nada.
En algún momento le pregunto a
una de estas competidoras por el nombre de la gringa y no me lo quiso decir. Ya lo
sabía, pero quería comprobar el celo de ellas para con esta extranjera.
- - Ella no se va a fijar en vos ni como amigo. ¿Es
que no te has visto? – Me dijo mirándome de arriba abajo con una buena dosis de
desprecio.
Con disimulo me fui a casa a
llorar como gay despechado. Eso dolió, aunque sabía que tenía razón.
En otra ocasión llegó al
parqueadero estando yo sentado en el antejardín de la panadería. Me saludó
sentándose al mi lado, pero una de sus amigas corrió hacia donde estábamos e
intentó llevársela de una mano. Creo que se dio cuenta de lo que pasó porque le
dijo a ella que esperara que hablaba conmigo y se devolvió a mí, pero las otras
amigas empezaron a llamarla a lo lejos. Recuerdo bien esa mirada, aunque en su
momento creí estar mal interpretando todo: Ella quería quedarse conmigo, quería
terminar la insulsa conversación que teníamos en vez de irse con sus amigas. La
mayoría ganó. Si hubiera tenido una granada se las hubiese lanzado sin
pensarlo.
A esa altura de la historia ella
y yo ya hablábamos, la conocía y ella a mí. Lo que realmente me sorprendía de
los hombres de esa edad en el barrio era que no iban tras ella. Yo les decía
que esa pelaita me volvía loco y me daban a entender que no era tan chusca como
yo creía, pero para mí era una belleza sin igual, la más hermosa de toda
Palmira.
Algún Viernes en la noche
escuchaba yo radio mientras ponían las mezclas
típicas de los fines de semana cuando apareció
ella, me saludó y exclama algo así como que conocía a la que cantaba ese tema.
No recuerdo qué tema era, pero debía cantarlo una mujer. La Gringa me dijo que
tenía música de ella en casa y mucho más. Hasta me invitó a su casa a oír esa
cantidad de cassettes que tenía. Vaya traga la que tenía por ella,
esa noche estaba vestida con una minifalda roja y una especie de medias
pantalón oscuras con unos tenis de marca. Lo llamativo era ese moño en su rubio
y esponjado cabello. De verdad me recordaba a esas películas de los 80´s como
Break dance. Y seguía sorprendiéndome que los hombres no hablaran de ella, eso
significaba que no les gustaba ni les atraía esa gringa. Hasta hubo uno que me
habló en forma jocosa de su forma de vestir ese Viernes.
Me rompió el corazón cuando
cierto fin de semana ella me invita a una fiesta que haría una de sus amigas.
Así que esa noche me baño, me pongo mi mejor pinta (No tenía mejor pinta) y me
voy a su casa. De ahí caminamos al lugar de la fiesta. En el parqueadero
estaban sus amigas, unas diez, algunas con sus novios. Todos estaban muy bien
vestidos para la ocasión, yo era una mosca en una taza con leche. Si, me sentía
inferior a los demás. Ella me llevaba de gancho y al verla sus amigas se
abalanzan a ella para presentarle el primo atractivo de una de ellas. La Gringa
no me quería soltar, pero una de esas putas creídas me soltó a la fuerza y a la
fuerza se la llevaron. ¡Qué poca educación de esta petardas! Ya me iba ir a
casa cuando ella me llama y me agarra de la mano.
-
Ven, te invité a que vinieras conmigo- Y me
lleva al resto del grupo.
La verdad no quería estar en
medio de gente a la que no le caía bien. Estaba muy incómodo. Rato después
tomamos dirección a la casa donde sería la fiesta, pero ni me dejaron entrar
-Vos no estás invitado – Me dijo
la que organizaba la fiesta.
- Ella me invitó – Le comenté.
- Abrase, mijo, que ella ya tiene
novio, si quiere le digo al novio que andás detrás de ella – Amenazó la
anfitriona.
Y me retiré mientras otras dos me
decían cosas que me herían. No sé si tenía novio o no, pero estaba con el primo de una de ellas que era muchísimo más atractivo que yo.
-
¡Qué pena! – Decían con burla.
-
¿Y este es que quiere entrar? – Decía otra.
-
¿Qué se creyó? –
Inmediatamente me di la espalda
me salieron lágrimas a chorros. Yo apuré el paso hasta casa llorando. Me habían vuelto mierda. Esas cosas me marcaron tanto la vida que por eso hoy día soy
como soy. Eran peores que crueles esas mujeres y la Gringa ni cuenta se dio. En
mi cama me tapaba la cara con la almohada y lloraba desahogándome como nunca.
Cierto día en la noche, creo que
ya eran vacaciones de colegio, ella me invitó a su casa a oír música y vaya
música, recuerdo que era ese género del freestyle que tanto me gustaba, temas y
remixes con esos efectos como si se rayara el disco, fx computarizados que me
erizaban la piel y me hacía llorar de emoción. TKA, Judy Torres, Lil Suzy y así
un largo etc. Si le hubiera pedido que me prestara algunos cassettes para
sacarles copia ella lo haría, pero ni eso fui capaz.
-
¿Por qué te rechazan las del barrio? – Lanzó
ella sin esperármelo.
Ni siquiera sabía la respuesta.
-
Tu eres muy especial, eres buena gente – Endulzó
ella.
Sabía del comportamiento de sus
amigas conmigo. Pero antes de darme cuenta nos estábamos besando. Supongo que
ella se lanzó porque yo no hubiera sido capaz. ¡Dios mío! Estaba soñando, sí,
eso era. No, era verdad. Ahí estaba yo besándola. Una mujer tan infinitamente
bella como ella, superior a mi me estaba besando. No quería que se acabara ese
momento, quería detener el tiempo. Esto era un deseo hecho realidad, ahí estaba
probando sus carnosos labios, sintiéndola, oliéndola, tocándola.
-
I love you, my love- Con esas palabras pasé a un
estado más allá del enamoramiento.
Ella hizo esa noche lo que quiso
conmigo, yo estaba estupefacto y anonadado. No creía lo que pasaba, pero fue
una de las cosas más hermosas e inesperadas que viví. Al día siguiente quería
verla, amarla, comérmela a besos. Era feliz. Sospechaba que no por mucho
tiempo, pero fui feliz aún sabiendo que en cualquier momento esa felicidad
pasaría a lo contrario. Tiempo después no me importaba lo que pensaran sus
amigas, lo que me valía era lo que la Gringa me dijera. Y de los besos la cosa
pasó a sexo. Eso ya fue lo máximo. Jamás en la vida me había pasado por la
cabeza, solo en mis pajas pensándola, que llegaría a tener sexo con ella. Casi
siempre sucedía los Viernes en la noche en su casa cuando sus papás iban a
saludar a la hermana de su madre a unas cuadras de ahí.
Nuestra vida siguió su rumbo,
éramos novios o al menos eso creía. Ella ya no se dejaba mandar de sus amigas,
aunque solía ir solo con tres, entre ellas esa fea que se las daba de hermosa,
la dueña de la casa donde no me dejaron entrar a la fiesta a pesar de que la
Gringa me había invitado. Aún así sentían celos cuando la veían conmigo. Recuerdo
esa vez que una tía de Paris le envió un pequeño frasco de perfume y todas las
amigas quedaron oliendo a esa fragancia. Decían que las mejores lociones venían
en frasco pequeño. La tapa tenía un corcho con el que se untaban en el cuello.
El barrio quedó pasado a perfume de París. Fue la sensación, aunque ella me
contaba en la intimidad que la tía solía enviarle lociones de allá y que cuando
ella misma iba solía comprar varios.
Una noche, como era habitual, nos
quedamos solos en su casa oyendo música. Inicia la hora de los besos.
Terminamos en su cama; ella vestía una minifalda y una camiseta que dejaba
libre la imaginación porque cuando se agachaba dejaba ver sus senos. Olía a
cielo. Al sentarla al lado de la cama le levanto las piernas, le quito los calzones
y me dispuse a hacerle sexo oral. Se me hacía agua la boca verle su cosa
húmeda. Yo estaba demasiado excitado, ella sabía lo que me disponía hacer y se
dejó. Me acerqué sacando mi lengua, pero a unos centímetros me frené
inmediatamente. Sentí como si me hubiesen clavado un tenedor en la nariz penetrando
hasta el cerebro. El olor nauseabundo era enorme, pero solo a unos centímetros
de entre sus piernas. Casi me desplomo, casi vomito. Ella sonreía, pero esa
imagen que tenía de ella cayó al suelo, empezó a derrumbarse. Me molestó mucho.
Sonreía como si supiera lo que pasaba. No le hice aquello, solo me subí encima
como las otras veces. Muy extraño que una mujer que olía a paraíso tuviese ese
detalle en contra.
Pasó el tiempo, casi un año desde
aquella vez que la vi. Había pasado muchísimas cosas y todo debía llegar a su
fin. Ella me dijo que en dos meses regresarían a Estados Unidos. El papá no
quería seguir en este país, aunque le habían ofrecido un buen sueldo. Creo que
era para Septiembre cuando volvería a su país. Yo no quería que se fuera,
quería seguir con ella toda la vida. No quería que llegara ese instante, pero
llegó. Nos despedimos la noche anterior con una buena tanda de sexo. Al día
siguiente en la mañana se irían al aeropuerto. Me pidió que no fuera a su casa.
Odiaba las despedidas, pero yo no le hice caso, estaba a lo lejos viéndola. Ahí
estaba ella con su hermanito y sus papás subiendo maletas a la camioneta. Su
tía estaba con ellos al igual que sus tres amigas, entre ellas la fea que no me
dejó entrar a la fiesta. Vi cómo se despidieron de beso seguido de un largo abrazo,
vi como lloraban. Vi cómo subía a la camioneta con su tía y salían. Vi como
emprendieron su camino y yo decidí seguirlos en mi bicicleta, quería que ella
se quedara conmigo, quería decirle que de verdad la amaba, que era lo mejor que
me había pasado en mi vida. Obviamente no los alcancé y la perdí para siempre.
Esa semana me la pasé con una
pena difícil de quitar, llorando sin control. Triste por perder a una hermosa
mujer que me quiso. Me quedé esperando una carta de ella, al menos eso me dijo
la noche anterior, que me enviaría una para que le escribiera. Estuve pendiente
varios meses, pero esa misiva jamás llegó hasta que el hermano de la fea,
mientras veíamos una película en mi casa me contó que su hermana tenía una
carta para mí, no le puse mucha atención a lo que me decía, pero días después,
de tanto insistir le puse atención; su hermana tenía una carta para mí de parte
de la Gringa que nunca me entregó. Le pedí verla y sin que ella se diera cuenta
me la dio. Tuve ganas de matar a esa fea, la odié con toda el alma. La gringa
me había dejado un mensaje escrito con ella que jamás me dio. Estaba envuelto
como solía hacerse en ese tiempo, en forma triangular. En esa nota decía cuanto
me amó, que fui muy especial para ella, que jamás me olvidaría. Decía que me
dejaba varios cassettes con la música que me gustaba, pero eso nunca los vi.
Odié a esa fea como nunca odié a
nadie. Pasado un tiempo me la encuentro y me hace un comentario desagradable a
lo que aproveché para lanzarle veneno con mi respuesta. Le conté que supe lo de
la carta que me había dejado la gringa, ella lo negó y ahí mismo se la mostré,
le dije que era lo más feo que había parido la tierra. Salió un tipo a
defenderla y aproveché para seguir escupiendo el odio que tenía en mí interior.
Le dije que aunque me mandara a pegar o a matar ella seguiría siendo fea, que
ella parecía una luna por los cráteres que tenía en la cara, que algunos la
llamaban el man porque parecía hombre. Que todos los del barrio sabían que así
le llamaban, le mentí. Que por muchas palizas que me mandara a dar ella
seguiría siendo fea, que se iba a quedar sola y solterona en la vida porque
había que estar muy desesperado para estar con ella. Que era mala amiga por no
haberme dado esa carta, que yo nunca le hice nada y que ella no era persona.
Que era más pobre que yo y que solo era una pobre más que se creía rica, era
una fea que se creía bella.
Lloró y me gritó tantos insultos
y vulgaridades que muchos salieron por la ventana a ver qué había pasado. El
tipo que iba a defenderla estaba que no sabía qué hacer porque no entendía
nada. Yo estaba dispuesto a hacerme matar ese día con quien fuera. Creo que a
ella la maté con mis palabras pues una noche estando en la panadería se sentó al lado mío un tipo quien en forma amable me puso conversa. Era el papá de la
fea. Le conté lo que hizo y cómo me trataba y del por qué la traté así esa vez.
Lo entendió. Semanas después ellos abandonaron el barrio. Nunca me arrepentí de
ello.
Atrás queda el recuerdo de la
Gringa, esa mujer que se fijó en mi cuando yo tenía 17 años. Esa mujer que aún
recuerdo. Un amor que nunca esperé tener, jamás imaginé tener una novia tan
preciosa como ella, esa mujer de la que no recuerdo su nombre, solo que
empezaba con C o S y que recuerdo como la Gringa.
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